miércoles, 9 de junio de 2010

Propósito y necesidades de un Misionero


Cuando decidimos enviar un misionero o alguien decide ser uno de ellos, pensamos muy ligeramente respecto a este asunto, pero no tomamos en cuenta todo lo que implica. Y es que en realidad se trata de un reto para el que es llamado y para la Iglesia.

El llamado
Lo que debemos tener en claro es que si Dios llama es porque quiere el trabajo de alguien, en algún lugar, con algunas personas.

El lugar escogido por Dios
No es el lugar que precisamente a alguien le gustaría, sino aquel lugar al que Dios considera que debe llegar su palabra.


Las personas a las que se predicará
No precisamente serán aquellas que están listas para ir a una iglesia, o las más difíciles, o las más receptivas a la palabra. Son aquellas a las que Dios quiere que se les predique.
Podrían ser: religiosas, ateas, de baja moral, de mucho prestigio, involucradas en vicios, en brujería, autoridades, obreros o profesionales. (Ej: Jonás en Babilonia)

La fortaleza espiritual y emocional (I Cor. 2:1-5)
El trabajo viene de Dios y las herramientas y preparación también. Jesús se preparó pasando un tiempo largo de oración y ayuno antes de iniciar su ministerio. Las personas lo necesitamos mucho más, porque así podremos comprender qué es lo que el Señor nos quiere mostrar respecto a algunos aspectos como:
• Nuestra fe.
• Nuestras limitaciones emocionales.
• Nuestros prejuicios respecto a las personas.
• Los dones que necesitamos para emplear instrumentos espirituales como la predicación misma, la enseñanza, la exhortación.
• El sustento económico y los recursos.
• La necesidad de que Dios derribe las barreras espirituales de ese lugar o grupo de personas en el que Satanás estaba reinando.

No perder nunca el objetivo
El misionero no debe afanarse por la construcción de un local, sino por levantar la Iglesia de Cristo (grupo de personas). Para esto Dios lo ha llamado.
Los que apoyan al misionero, deben procurar que no le falte sustento a él y a su familia. Deben recordar que él está allí para evangelizar, hacer discípulos y todos debemos ser parte de esta obra.

Pero… ¿Y el local?
El local no debe ser un objetivo para el misionero. Puede serlo para la congregación, de acuerdo al número de cristianos que se reúnen, pero esta no es la tarea para la que Dios ha llamado al misionero- pastor. Dios proveerá el local a través de los nuevos convertidos. Puede ser alquilado o propio; suficientemente amplio, de acuerdo al número de hermanos. Si son diez hermanos, puede ser la casa de uno de ellos. Si son cuarenta hermanos, puede ser un local mediano. Si son 150 hermanos, un local más grande.
Pero primero el misionero debe tener a los creyentes (evangelizados y discipulados), para que ellos sientan la carga de conseguir un lugar.
Por otro lado la familia del misionero no debe vivir en condiciones precarias. Todo el apoyo que los hermanos dan para la misión debe ser solo para el misionero y su familia. (“El obrero es digno de su salario..”)

Cuidarse del lobo
Debemos orar por el misionero, para que tenga sabiduría y sepa tomar decisiones que no expongan a él y a su familia. Él mismo debe recordar que se está metiendo en el terreno del enemigo, que está tratando con personas y las personas tienen vicios y carnalidades ocultas. Esto no significa que no debe amar a las personas, sino que debe tratarlas como un médico trata a un enfermo, lo atiende, lo cura, invierte tiempo en el tratamiento. Pero el médico no es tan imprudente de tocar directamente con sus manos las llagas; se cubre con guantes, se tapa la boca y a veces aísla al enfermo. Ve la forma de no contagiarse sin abandonarlo con su enfermedad.
Comprometámonos con este reto. El reto que Dios le da a los misioneros, es también el nuestro. Para que ni él ni nosotros perdamos el objetivo.


Sonia de Miranda

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